Miró hacia arriba y vio un retazo celeste del cielo y un pájaro volando en soledad. El sol le hacía guiños por entre las hojas de un árbol. Era invierno, un viento frío rozaba su cara y sus manos, respiró profundamente y sintió que sus pulmones se henchían de vida. Tuvo ganas de correr y saltar, como cuando era niña y el recuerdo de una vieja canción de ronda acudió a su mente “Déjenla sola, solita y sola… que la quiero ver bailar, correr y saltar, andar por los aires y moverse con mucho donaire”. Ya no era una niña, ni siquiera una adolescente, sin embargo ella estaba allí y sentía aquellos mismos deseos. Esa mañana en su casa se había detenido frente al espejo, quiso reconocerse y recorrió cada rasgo de su cara, se veía cansada, su piel se veía cansada, ya no era la misma. Las incipientes arrugas volvían adusto el gesto de su rostro. De pronto se detuvo en sus ojos. Allí estaba su esencia, se miró, buscó dentro de ellos, vio a la misma niña que la observaba, quiso descubrir que había...