miércoles, 1 de octubre de 2008

El Otoño









Miró hacia arriba y vio un retazo celeste del cielo y un pájaro volando en soledad.
El sol le hacía guiños por entre las hojas de un árbol.
Era invierno, un viento frío rozaba su cara y sus manos, respiró profundamente y sintió que sus pulmones se henchían de vida.
Tuvo ganas de correr y saltar, como cuando era niña y el recuerdo de una vieja canción de ronda acudió a su mente “Déjenla sola, solita y sola… que la quiero ver bailar, correr y saltar, andar por los aires y moverse con mucho donaire”.
Ya no era una niña, ni siquiera una adolescente, sin embargo ella estaba allí y sentía aquellos mismos deseos.
Esa mañana en su casa se había detenido frente al espejo, quiso reconocerse y recorrió cada rasgo de su cara, se veía cansada, su piel se veía cansada, ya no era la misma. Las incipientes arrugas volvían adusto el gesto de su rostro. De pronto se detuvo en sus ojos. Allí estaba su esencia, se miró, buscó dentro de ellos, vio a la misma niña que la observaba, quiso descubrir que había detrás de esos destellos de picardía y descubrió que el fondo de aquellos ojos puros era triste y las lágrimas empezaron a brotar enrojeciéndolos, ya no quiso seguir y salió a la calle.
No pocas veces había envidiado a los pájaros, que se alzan sobre el azul del mar en busca de alguna lejana orilla y adoró ese sol que le brindaba sus caricias.
Caminó hacia el Parque y las calandrias la saludaron con sus gorjeos, allí se sentía comprendida. La naturaleza parecía contenerla, al fin y al cabo era a ella a quien confiaba su soledad y esta como una gran madre la abrigaba en un abrazo inmenso que la conectaba con el universo.
Casi sin darse cuenta empezó dar vueltas con los brazos abiertos y los ojos puestos en el cielo y se preguntó cuando se sentiría de nuevo en casa.
Ese camino se había desdibujado muchas veces, sin embargo siempre volvía a retomarlo, en algún recodo había una niña extraviada y permanecía allí asustada y en soledad. Muchas veces quiso cobijarla en sus brazos adultos y sintió su corazón deshacerse con su dolor. Sabía que necesitaba dar con ella e intuía que el hallarla calmaría para siempre esa ansiedad que le producía la imagen de aquella niña sola frente a su destino.
Una y otra vez andaba y desandaba los senderos de la vida, una y otra vez se perdía en una rayuela interminable y estaba segura que continuaría así, hasta encontrarla y entonces, de la mano llevarla de nuevo a casa.



De mi autoría

1 comentarios:

Blogger carmen ha dicho...

El otoño es época de cosechas,pero en sentido figurado tambien representa la vejez exterior.
El interior nunca debemos dejarlo envejecer, debemos abonarlo y cultivarlo para que esa niña interior siempre cultive una rosa.

21 de octubre de 2008, 3:07  

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio